OTRO EPISODIO EN MI OUTRAGEOUS-YET-BLESSED-REALITY-SHOW-LIFE

Ana Toledo
6 min readFeb 24, 2021

GRACIAS, QUERIDO AMIGO

El 10 de septiembre de 2020, mi entrañable amigo Carlos falleció repentinamente de un infarto cardiaco. Apasionado agricultor, bajo el calor del mediodía, arduamente labraba la tierra de una remota finca localizada en las montañas del Barrio Tetuán de Utuado.

Al igual que en muchas partes del mundo, los propietarios de fincas en Puerto Rico las bautizan con nombres memorables.

A sobre 2000 pies de altura se encuentran Los Portones de San Pedro, la finca donde Carlos falleció el lunes 10 de septiembre del 2020.

Cumpleaños 2017, a mitad de tratamiento

Carlos fue un amigo incondicional. Una persona que siempre tenía una sonrisa en los labios o espontáneamente inventaba un comentario jocoso en cualquier situación. Aún cuando pasaba por momentos amargos, a nadie se los contaba. Con la confianza que a través de los años desarrollamos, tuvo la confianza para desahogarse y contarme algunos de ellos.

Hacía el sacrificio de venir desde Utuado tanto para celebrar mi cumpleaños, así como para llevarme a mis terapias cuando estuve enferma.

En la tarde del lunes 14 de septiembre, fui a su sepelio de Carlos en su pueblo natal de Yauco. Cuando salí a las 10 de la noche, fui a echar gasolina para mi viaje de regreso a San Juan.

La estación del pueblo no tenía premium. Un hombre con acento mejicano y cara de buenazo gentilmente se ofreció a acompañarme a la estación a tres minutos de distancia en la que sí había. Insistió tres veces y por no incomodar al gentil hombre, no acepté su oferta asegurándole que iba a estar bien.

Desde la distancia se veía el puesto que ubicaba en una loma. Contrario al que había dejado atrás en el pueblo, era grande, iluminado, con muchas bombas de gasolina modernas y tienda. Todas las bombas estaban ocupadas menos dos. En el área lateral del puesto había personas estacionadas, escuchando ruido que algunos denominan música, bebiendo y hablando.

Obstruyendo el paso a las dos bombas disponibles había un vehículo todoterreno. Parecía un Jeep mezclado con una Land Rover Discovery o una Land Cruiser. No tenía marcas. Era mucho más alto que el mío (que de por si es alto), pintado de un verde opaco, más obscuro al militar que claramente no era de fábrica.

Eran pasadas las diez de la noche. Tenía que manejar a San Juan. Estaba sola.

Luego de esperar por más de dos minutos a que la camioneta se moviera sin notar progreso alguno y no habiendo suficiente espacio para hacer el viraje hacia las bombas, suavemente toqué la bocina para dejarle saber que necesitaba se moviese un poco hacia al frente para poder pasar.

Genuinamente pensé que el conductor no se había percatado que tenía un carro detrás del suyo esperando a que comenzara la marcha.

De pronto comenzó lentamente a retroceder su vehículo y por menos de tres pulgadas destruye toda la parte delantera, no sin antes yo haber sonado la bocina sin cesar.

Detuvo su marcha, procedió adelante y pude estacionar al lado de una de las bombas disponibles.

Al apagar mi carro, escuché a lo lejos una gritería. Cuando abrí la puerta para ir a pagar la gasolina, me percaté que yo era el motivo de la algarabía. El conductor que casi me destruye el carro y su acompañante vociferaban palabras en un diálogo rápido y colmado de la jerga local que no pude distinguir lo que decían.

Ya sea por ingenuidad o despiste — lo cual no me tienden a caracterizar — ni me pasó por la mente escapar. Seguí con mi misión de echar gasolina allí.

Determinada, me bajé del carro y caminé entre mi carro y el del extraño quien se había estacionado en reversa detrás del mío para ir a pagar por la gasolina. Ante los violentos improperios del extraño, me detuve justo en el medio de los dos carros que estaban como a veinte pies de distancia.

AQUÍ TENGO QUE HACER UN CAVEAT SOBRE MI VESTIMENTA:

Claramente gritaba a los cuatro vientos que estaba fuera de barrio.

Mi amigo anónimo me dijo:

“You stuck out like a sore thumb”

MIENTRAS TANTO, El hombre del carro verde se había estacionado. Con solo la mitad de su cuerpo fuera del carro, ondeaba vigorosamente su mano derecha, cual si me estuviese manoseando mientras con la izquierda se guindaba de los tubos instalados en la capota de la camioneta, balanceándose en los estribos.

Lo escuché gritarme:

“¡QUE YO TE ESBARATO EL CARRO VEINTE VECES SI ME DA LA GANA PORQUE YO SOY HOJALATERO!”

No mostré — porque inexplicablemente no sentí- miedo alguno.

Genuinamente calmada, extendí mis brazos hacia los lados, palmas abiertas hacia afuera, y en tono sosegado le dije:

“No tiene que pelear. Muevo el carro si quiere. Como había dos bombas disponibles y no se había estacionado frente a alguna de ellas, pensé que no se había percatado que yo estaba detrás de usted esperando para echar gasolina.”

No tenía mis espejuelos y mientras le hablaba calmadamente, lo miraba pero también miraba la parte trasera de su carro, haciendo un esfuerzo cerrando un poco los ojos por ver porque no tenía mis lentes. Quizás el pensó que estaba mirando y memorizándome el número de la tablilla.

Ni me fijé si tenía una. En lo que me enfocaba era en lo macizo que se veía el guardalodos, pensando en cómo hubiese dejado los ojos y la cara de mi carro irreconocibles.

La mujer que llegó con él -una muchacha delgada, de tez blanca, con pelo negro recogido, ojos emanando mucho coraje- caminaba hacia mí gritando amenazas con ademanes y gestos que debían haberme inspirado temor.

Mirando atrás — recordando las imágenes que se publican a diario en medios sociales de mujeres peleando con apariencia, edad y actitud similar a la de aquella joven mujer — no me cabe duda de que venía a agredirme.

ESAS MUJERES TIENEN ALGO MALO POR DENTRO.

Inexplicablemente, en ese momento, permanecí impávida, calmada. No sentí miedo. Recuerdo haberla mirado proyectando la confusión que sentía ya que genuinamente no entendía el motivo para tanta ira.

En vez de sentirme como protagonista de aquella escena, me sentí como una espectadora de lo que estaba ocurriendo.

Antes de comenzar a echar gasolina, súbitamente el muchacho se calló. Se montó en el vehículo, lo prendió y se fue sin decir nada más. Tampoco dijo palabra a su amiga quien se había detenido como a diez pies de mi. Huyó en su carro sin más decir.

La muchacha se quedó pasmada y abochornada, sin saber qué hacer. Caminó hacia su derecha alejándose de mi, pasando entre mi carro y la bomba de gasolina, para bajar la loma a la falda de la cual asumo la esperaba Romeo.

Se alejó derrotada, sin haber podido comenzar su combate. Por aquello de no quedar tan abochornada, propinó un comentario sobre mi carro el cual no recuerdo con exactitud, pero sé que iba dirigido a menospreciarlo. Quisiera recordarlo para aquí plasmarlo.

Pagué a la cajera, eché la gasolina y regresé a San Juan.

Durante el camino de vuelta, ni música escuché. Trataba de entender qué había ocurrido allí.

Algo más allá de lo perceptible a los sentidos tuvo que haber intervenido para protegerme.

Algo detuvo a ese agresivo hombre que en medio de su ataque de cólera de otra forma no se hubiese detenido a pensar en las consecuencias de satisfacer sus ganas de desquitarse por mi atrevimiento de haber tocarle bocina por estar desconsideradamente obstruyendo por minutos el acceso a las bombas.

Algo hizo que se fuese huyendo despavorido sin siquiera echar la gasolina o esperar a su compañera.

Caroline Myss cuenta que ha tenido la experiencia de un afamado gurú Chino que no quiso atenderla. Luego de la fallida sesión, la amiga le increpó al hombre quien le dijo que cuando se le acercó a Caroline, vio una presencia encima de ella rodeándola que le advirtió: NO LA TOQUES. Al tiempo, el hombre fue acusado de cargos de abuso sexual.

Yo por mi parte, hace unos años en Sedona, Arizona, conocí a una mesera a quien le pregunté sobre las conferencias de UFO que allí se celebran cada año. “No pudiendo aguantar más”, me dijo que desde que entré, se percató de “una presencia que me sigue, está siempre conmigo protegiéndome.” De ahí comenzó a transmitirme sus mensajes.

Estoy convencida que son muchos los ángeles que me protegen. Tantos que a veces siento que no queda espacio para mi en el carro.

No me cabe duda de que esa noche Carlos espantó a aquél desalmado, obligándolo a huir despavorido sin mirar atrás.

Que en paz descanses, querido amigo.

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Ana Toledo

Puerto Rican warrior & targeted individual; fighting for equal environmental rights, one pipe at a time”. “Mi nada, a nadie se lo debo.” Julia de Burgos.