La Tía Mina

Ana Toledo
5 min readJul 12, 2022

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(Tercera en una serie dedicada a las mujerazas a quien tuve el privilegio de tener como tías)

En las montañas del Barrio Palmarejo de Villalba vivió una mujer única en su clase, una verdadera vaqueara: la Tía Mina. La única hermana de mi padre, titi Mina creció junto a sus tres hermanos en una casita al borde de la hermosa finca en la que se crió.

Irmina Toledo era menuda y delicada: a penas medía cinco pies y no pesaba ni cien libras mojada. Usaba espejuelos de pasta con lentes verdes.

La Tía Mina

Nunca me dio aire de ser presumida, dando importancia a lo que lo ameritaba dentro de la sencillez en la que vivía. Siempre llevaba su lacio cabello suelto en el mismo recorte paje al nivel de su quijada.

Por las curvas del campo cubiertas de limo a guiaba su Datsun-120 de cambios a 50 mph para llegar al pueblo, que era a donde único manejaba. Ella conocía la carretera como la palma de su mano. Manejaba con destreza y seguridad, segura de que nada le iba a pasar.

Titi Mina vivió su vida igual que manejaba su carrito por las curvas de La Piquiña, segura de sí misma, sin miedo a nada.

Sin embargo, la tía Mina tenía un aire nervioso. Solía pararse con los brazos cruzados, levantando con frecuencia su mano derecha para enroscar un mechón de pelo alrededor del dedo índice el cual siempre lucía como un amago de bucle.

Al igual que mi padre, tenía una inteligencia impresionante. Se le notaba al hablar aún cuando lo hacía sobre las cosas más sencillas.

Vivía una vida sencilla en el hermoso campo de Villalba, donde era feliz. Sin pretensiones, sin lujos. Sin esclavitud alguna a los bienes materiales. Sin vergüenza alguna del colmillo que le faltaba, sonreía con frecuencia, por cualquier cosa.

Jamás le conocí pretendiente alguno a la Tía Mina. Nunca supe bien los detalles de su matrimonio con aquel norteamericano que nunca conocí. Entiendo que fue su muerte la responsable del perenne atuendo de luto que siempre llevaba, cual si fuese un uniforme: falda o pantalón negro y blusa blanca.

Autosuficiente e independiente, la Tía Mina caminaba toda la finca cultivando gran parte de su comida: ñames. plátanos, viandas. También cosechaba y tostaba el café que colaba. Los huevos de sus gallinas eran orgánicos antes de que se conociese ese concepto. Aunque nunca la vi matando animal alguno, estoy segura de que los pollitos que por ahí perseguían a sus mamás gallinas terminaron en algún sabroso fricasé.

Los aguacates del árbol en la finca eran gigantes y mantequillosos. Solía ir con ella a tumbarlos con una largísima bambúa que tenía una gigante media de café atada al extremo. A pesar de su aparente fragilidad, tenía una fuerza extraordinaria.

Un día a titi Mina se le ocurrió construir una piscina. Solita, con pico y pala, frente a la casa que la vio nacer y la vería morir, cavó la primera piscina privada en Villalba. Midiendo unos diez pies por otros diez, y quizás cinco de profundidad, la piscina era tan fría como las charcas del Yunque. Cuando mis labios se tornaban morados del frío, me obligaban a salir de ella. No me molestaba tanto porque me esperaban los mimos de mi abuelita Saro quien pacientemente secaba a mano mi pelo con una toalla.

No íbamos con la frecuencia que me hubiese gustado ir a visitar a Titi Mina porque llegar a Villalba era una epopeya. La antigua carretera llamada La Piquiña era estrecha y construida entre montañas y riscos. La travesía tomaba dos horas y media. Era una tortura porque por un lado mi madre en terror mientras mi padre manejaba gritaba que el risco era “de su lado” (aunque nos mataríamos todos de caer por el mismo) y por el otro, siempre había que hacer un par de paradas para que mi hermana Charo –quien se mareaba — vomitase.

La Tía Mina era una apasionada amante de los animales. En cualquier momento tenía 14 perros y 18 gatos. Los recogía en la calle y eran sus fieles compañeros. Todos tenían nombres muy acertados. Tenía una cesta colgando del techo de la cocina en la que guardaba en bolsas su comida para que los gatos que por todos lados trepaban, no se la comieran.

Estoy convencida que, al igual que a mí, la vida le enseñó a a Titi Mina que el amor más puro e incondicional es el que nos dan las mascotas. Sostenía conversaciones con sus perros, gatos y gallinas. Nunca olvidaré su interpretación de la reacción de una de sus gatitas a su pregunta: “¿Qué tu haches?” Entusiasmada, ella vivía convencida que la gatita le contestaba “Ná.”

Y se reía a carcajadas de su propio cuento.

Titi Mina nunca iba al médico. Desarrolló cáncer en el seno. Luego de una mastectomía y tratamiento, falleció en su amado Villalba. Fue mi madre — su cuñada — quien la cuidó y quien fue a encargarse de los perros y gatos que se quedaron esperando aquella mañana a que la querida humana a quien tanto amaban despertase de su profundo sueño del cual nunca volvió a despertar.

Cada vez que me veo tentada de recoger algún otro perro o gato, pienso en la sacrificada vida de la Tía Mina y lo difícil que fue para mi madre atender el refugio de animales que dejó — y se me quita.

Titi Mina era una mujer genuina hija de la tierra que la vio nacer. Independiente y valiente, era una verdadera vaquera puertorriqueña. Envejeció con la misma gracia de los árboles: dignamente llevó las marcas que marcaban su trayecto de vida. Escogió vivir entre seres que le dieron amor incondicional y nunca la traicionaron: los que ella rescató, pero sin saberlo, a su vez la rescataron de una insoportable soledad.

Prefirió vivir los últimos años de su vida acompañada de sus decenas mascotas y su fiel escopeta a quien le llamaba “la gatita”. Sin miedo a nada, enfrentó la vida y la muerte con tesón y extraordinaria dignidad.

Llevo a mi querida Tía Mina muy dentro de mí. No solo porque su ejemplo forjó rasgos y valores que preservo, sino porque acudo a su recuerdo cuando quiero sonreír.

Al igual que su Datsun, la Tía Mina fue un clásico difícil de replicar.

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Ana Toledo

Puerto Rican warrior & targeted individual; fighting for equal environmental rights, one pipe at a time”. “Mi nada, a nadie se lo debo.” Julia de Burgos.